Un brillante amanecer, preludio de una espléndida jornada, marca el inicio de nuestra primera etapa del camino de Santiago. Damos el primer paso en la base del monte Igueldo, que nos muestra sus garras antes de que nos dé tiempo a dar el segundo, en subida continua y constante vamos ganado altura al mar.
Nos espera una auténtica jornada rompepiernas, continuas subidas seguidas de no menos exigentes bajadas, pasando de pocos metros sobre el nivel del mar hasta cerca de trescientos sobre el mismo. Pistas de todos los terrenos que podemos encontrar, asfalto, tierra, piedras, torrenteras, barro, antiguas calzadas, barrancos…, pusieron a prueba nuestro equilibrio físico y mental.
Con el telón de fondo del mar Cantábrico, el verdor de los paisajes del monte vasco, la indiferente y plácida mirada de las tranquilas rumiantes vacas, avanzábamos no sin dificultad y los sorprendidos fuimos nosotros cuando pasamos por un grupo de llamas, también conocidas como alpacas, vicuñas o guanacos, más propio de regiones andinas que de la cantábrica en la que se encontraban.
Trescientos metros de imposible bajada sobre grandes piedras de una antigua calzada convertida en torrentera, un peligroso paso bajo la autopista A8, y una desfallecedora subida, nos llevan a las puertas del albergue de peregrinos de Orio. Este último ascenso, y los 15 kilómetros que llevamos recorridos, han dejado mermadas nuestras castigadas fuerzas y nos tomamos un merecido y vital descanso. No hay problema en el camino que no resuelvan un par de buenas cervezas, el excelente compañerismo de los peregrinos y, dada la hora, un buen avituallamiento. Sacamos nuestros pic-nics, proporcionados por el hotel, y damos buena cuenta de su contenido.
Descansado y con ánimo renovado, emprendemos los últimos seis kilómetros de la etapa de hoy, tras dos kilómetros llaneando junto a la ría, giramos bruscamente en busca de nuestra última subida, cien metros en dos kilómetros que son recompensados por unas maravillosas vistas de Zarautz con su campo de golf, la espléndida playa y el ratón de Guetaria, otros dos kilómetros más de bajada y entramos en Zarautz.
Elegimos el mejor marco que podíamos pensar para esperar a nuestro autobús que nos acercará hasta el hotel, el restaurante de Karlos Arguiñano, con una terraza junto a la playa y unas cervezas ricas, ricas y con fundamento.
Fin de la primera jornada y satisfacción por su realización.
