CUARTA ETAPA, GIJÓN – AVILÉS

    FOTO CUARTA ETAPALa Playa de Poniente de Gijón es el punto de partida para esta cuarta etapa, el acuario es testigo mudo de nuestra marcha por un incómodo recorrido urbano con semáforos, cruces, transeúntes y un variado número de señales y letreros comerciales, que exigen una atención añadida para seguir las marcas de nuestro camino y no desviarse.

    Saliendo del núcleo urbano, un leve y molesto chirimiri se unió al grupo, un peligroso cruce desprotegido sobre la vía del tren, un feo complejo fabril, con altas chimeneas humeantes, grandes cintas transportadoras sobre vías de ferrocarril y carreteras, y nuestra comprometedora ruta por el estrecho arcén de la carretera, fue el brusco contraste con la ruta del día anterior.

    Tras dos bruscos giros iniciamos un pronunciado y largo ascenso, por una sucesión de viviendas unifamiliares, que después de dos fatigosos kilómetros nos elevó hasta el monte Aero, a doscientos veinte metros sobre el nivel del mar. El chirimiri dejó paso a un sol deslumbrante que nos acompañó hasta el final de la ruta y el paisaje, afortunadamente, era diametralmente opuesto al dejado apenas seis kilómetros atrás, avanzábamos desahogadamente por una pista de zahorra compactada a través de un bosque de eucaliptos en el que el sonido reinante era el continuo trinar de los pájaros afanados en sus asuntos primaverales. Las fuertes lluvias que nos precedieron dejaron partes del camino encharcadas y con estrechos cursos de agua que era difícil eludir sin pasar por el líquido elemento. El bosque acabó y, como por encanto, ante nosotros el precioso valle de Carreño, que dominábamos completamente desde nuestra privilegiada atalaya. Un irrefrenable deseo de conservarlo en nuestras retinas y en nuestras cámaras fotográficas nos llevó a todos a inmortalizarnos con tan bello paraje, solo por estas esplendidas vistas mereció la pena realizar la ruta de hoy. Una vertiginoso descenso nos llevó hasta la pequeña localidad de Santa Eulalia, puerta de acceso a un plácido recorrido de cuatro kilómetros por el valle, y a su término una parada técnica para avituallamiento, y asuntos fisiológicos varios.

   El resto de la ruta se realiza por el ancho arcén de una carretera que, pasando por la industrial Trasona, nos lleva hasta Avilés, y lo mejor que nos llevamos de este tramo es el deseo de olvidarlo pronto, muy feo, pero feo, feo, con avaricia.

   Afortunadamente el bonito casco antiguo de Avilés y un par de cervezas obraron el milagro, y solo perdura la satisfacción de otro pequeño reto conseguido.

   Y mañana nos espera la última jornada, O Pedrouzo – Santiago de Compostela.

 

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