En el ecuador de nuestro Camino de Santiago nos encontramos en el valle del Ambroz y en plena floración de los cerezos del valle del Jerte, por lo que sería un pecado imperdonable pasar de largo por estos singulares parajes, únicos en el mundo.
Las cumbres de las montañas que abrazan el Valle del Ambroz, superando algunas los dos mil metros y cubiertas de un manto de nieve en deshielo primaveral, junto a los neveros, esparcen un generoso derroche de agua por sus múltiples ríos, arroyos, gargantas y torrentes, que corretean pletóricos por todo el valle y lo convierten en un frondoso, fértil y rico paraje, que desde la dehesa hasta la vega, acoge múltiples variedades de especies vegetales que lo convierten en un vergel en el que podemos encontrar grandes bosques de castaños y robles, terrazas cuajadas de cerezos y ciruelos, frondosas dehesas de encina y alcornoque y algún árbol singular como los Castaños del Temblar, el Alcornoque de la Fresneda o el Abedular del Puerto de Honduras.
Solo por su desbordante naturaleza ya es merecedor de una visita, pero tampoco está escaso de interés turístico, cultural y termal, como pudimos comprobar en nuestra visita a Baños de Montemayor, o a Hervás, cuya judería está declarada Conjunto Histórico Artístico, que conserva sus estrechas calles y callejas, empinadas cuestas, angostos pasadizos, construcciones de adobes y entramados de madera de castaño, que dan a la villa un carácter peculiar y de sorprendente belleza.
No podíamos pasar sin hacer una visita a Plasencia, considerada capital del norte de Extremadura, y menos aún un martes, día de mercado en el que se dan cita todos los habitantes de las comarcas cercanas, y luce mas festiva y bulliciosa que cualquier otro día. Cuenta con dos catedrales, la Nueva y la Vieja, un bonito y bien conservado acueducto, un buen trecho de muralla, iglesias, palacios, singulares parques, y como centro aglutinador, La Plaza Mayor, verdadero eje de la ciudad. Aunque Plasencia se ubica físicamente en la entrada del Valle del Jerte, oficialmente no pertenece a éste.
Pero hubiera sido un crimen no recorrer, también, el valle de Jerte que, además de reunir todas las características de estos inmejorables valles, nos mostró el efímero espectáculo anual del cerezo en flor, una exhibición del poderío de la naturaleza en un vergel cultivado por el hombre y que se repite cada primavera.
Y para sosegar el espíritu, nada mejor que acercarnos a la Cascada de Caozo en la Garganta Bonal, un relajante regalo de la naturaleza que hipnotiza, serena el alma y nos reconcilia con la naturaleza. Pero llega la hora de partir que se acabó hacer turismo, y el Camino de Santiago nos espera mañana.
«Lo que convierte la vida en una bendición no es hacer lo que nos gusta, sino que nos guste lo que hacemos» (Goethe).