Abandonamos Ourense por el puente romano que cruza el río Miño, presentándose dos alternativas, de frente el camino histórico, una ruta “muy dura”, y a la derecha una alternativa mas moderna y “menos dura”, nosotros caminaremos por la primera, no porque nos guste sufrir, sino porque no nos dimos cuenta y cuando nos dimos cuenta del error ya habíamos recorrido varios kilómetros, y a lo hecho, pecho.
Tras un estrechísimo túnel bajo las vías del tren, por el que apenas cabe un automóvil, nos enfrentamos a la “Costiña de Canedo”, una terrible subida de 2 Kms, con un desnivel de 262 metros, pendiente media de 13,30 % y puntualmente de un endemoniado 19%, que parecía interminable y nos dejó exhaustos. Afortunadamente era primera hora de la mañana, rodeados de vegetación y el sol no había empezado a apretar todavía. Arriba, en Cima da Costa, una fuente alivió nuestros sudores. La belleza con la que nos obsequió la ruta también contribuyó a olvidar la condenada costiña.
El resto de la ruta discurre por un camino de ancho variable y suelo cubierto de grandes planchas de piedras, que a veces se estrechaba obligándonos a ir en fila de a uno, con paredes pétreas cubiertas de musgos a ambos lados, a través de un bosque de robles desnudos de hojas y abundantes helechos que denotan el clima frío y húmedo de estas tierras, regadas por cientos de arroyos que se pasan sin dificultad y que con lo que calienta hoy el sol, que nos ha despojado de casi toda la ropa, es difícil imaginar.
Llegamos a Liñares y nos encontramos con un personaje muy curioso, Cesar, y su no menos curiosa Casa Cesar, quien después de recorrer todo el mundo como conductor de autobuses internacionales, ha acabado en un pueblo semi-abandonado en lo mas profundo del camino por una ruta que no es recomendada por la mayoría de las guías, ofreciendo vino, cerveza, viandas y buena conversación en la planta baja de su vivienda. allí coincidimos con una no menos singular pareja, una joven alemana de 19 años y un ciudadano americano de 59 años que llevaban 44 días caminando desde Sevilla, y encantados.
En una zona de frondosa vegetación aparece, como por encanto, el puente romano de Mandrás sobre el río Barbantillo, transitado solo por caminantes y vecinos que por él pasean, con una curiosa fuente en cuyo pilón había peces de colores, decidimos que era hora de hacer un alto, tomar un refrigerio y una refrescante cerveza en el bar del pueblo.
La ruta continúa, con algunas exigentes subidas y rodeada de árboles, por la aldea de Pulledo, a continuación Casasnovas, y finalmente termina en Cea.
Con esfuerzo, constancia e ilusión, TODO en esta vida se puede lograr, pero hay que desearlo con todas las fuerzas