Fuente: Asociación Cultural Amplàries
Un manto de fina niebla cubre a la bella, y todavía durmiente, ciudad de Astorga. La Catedral bicolor y el Gaudiano Palacio Episcopal son mudos testigos del inicio de nuestra ruta. La mañana de niebla anuncia tarde de paseo.
A la salida de la ciudad nos espera la ermita del Ecce Homo, su madrugador y simpático ermitaño da fe de nuestro paso, pronostica buena climatología porque «la Veleta del Maragato ha cambiado de dirección», y nos advierte de la dureza de los últimos kilómetros de nuestra ruta.
Por un andadero que transcurre durante un kilómetro junto a la carretera, que despierta fantasmas de la ruta de ayer, y tras cruzar el cauce del río Jerga entramos en Murias de Rechivaldo por una calle recientemente rehabilitada y en exclusiva para el peregrino. Breve parada para aligerar ropa, porque el sol se abre paso a intervalos y la temperatura sube.
Al final de la calle arranca el camino a través de una pista de grava que incita a recorrerla, con los Montes de León y sus trazas de nieve en las cumbres, y estribaciones de la Cordillera Cantábrica como limites visuales, tendida sobre el manto verde-azulado del pasto y escoltada alternativamente por matorrales, pimpollos, encinas, robles, pinares.
Llevamos un ligero, vivo y alegre paso que es amenizado por un cuco durante un buen trecho. Coincidimos breves tramos con otros peregrinos de diversos países, lo que no impide desearnos «buen camino» y cruzar unas palabras en el pobre ingles que podemos, Polacos, Suizos, Brasileños, Australianos…. No podíamos pedir otro día mejor.
A los diez kilómetros pasamos por Santa Catalina de Somoza, población volcada con el Camino con multitud de terrazas, restaurantes y albergues; pero íbamos tan eufóricos, pletóricos y llenos de energía que decidimos pasar sin parar, temiendo que una pausa impidiera seguir el disfrute de jornada tan espléndida.
La senda transcurre en un constante ascenso muy llevadero, aunque ya habíamos subido desde los 860 metros de la Ermita del Ecce Homo a los 1.020 de la población de El Ganso, en donde estábamos entrando 14 kilómetros y dos horas y cuarenta minutos después de nuestra salida. Decidimos que era el momento de parar y descansar.
Reanudamos el camino con la sempiterna presencia de los Montes de León y gran variedad de vegetación a punto de su explosión primaveral.
Ya tenemos a la vista, encaramados en la montaña, los dos últimos pueblos que nos esperan hoy, distantes aun seis y doce kilómetros respectivamente, aunque los perdemos al momento y no volvemos a verlos en la distancia.
Pasado el río de Rabanal el Viejo ascendemos por una estrecha senda, tallada por un arroyo pluvial, más de medio kilómetro de acusada pendiente y firme de piedra suelta que supuso un gran esfuerzo remontar, aunque aún desconocíamos lo que el destino nos deparaba. Avanzamos junto a una valla repleta de cruces hecha con palos, y con adornos de diversos resultados.
Entramos en Rabanal del Camino, llevamos 21 kilómetros y estamos a 1.153 metros de altura, breve parada, tomamos aliento, y a por el último tramo.
Avanzamos por la empinada calle de Rabanal del Camino, intrigados por tanta advertencia sobre el tramo. Las vistas eran espectaculares, se divisa Astorga y el Valle, y la mayoría de las altas cumbres. Íbamos avanzando y comprobamos que no es tan difícil como nos habían dicho, es bastante peor, pendientes imposibles, y firme de piedra suelta; pero las vistas compensaban todo sacrificio, estamos a 1.430 metros.
Llegamos exhaustos a Foncebadón, pero henchidos de orgullo. Esta ruta ha hecho más que reconciliarnos con el Camino de Santiago, nos hemos enamorado de él.
Ahora toca el merecido descanso y mañana mas.